En el mundo contemporáneo, un poco bombardeado por las tecnologías de la información, los juegos interactivos y el afán de llenar el tiempo libre con actividades de diferente índole, no es usual encontrar un espacio donde nuestros niños jueguen libremente, imaginen y encuentren en la exploración de su entorno, la posibilidad de jugar. Quién no la pasaba feliz pensando que un vaso de icopor era un teléfono, o haciendo de un pedazo de cartón una casa, o un avión, creando juguetes con las pocas cosas que teníamos a la mano. Ahora parece que algunos niños se aburren más fácilmente, sin un ipod o una tablet no se encuentra sentido en el juego.
Sin embardo ¿Qué tienen que ver las prácticas familiares en esta situación? ¿Hasta dónde llega nuestra responsabilidad de brindar espacios de juego creativo y libre? Consideramos que depende de nosotros, los adultos que trabajamos con la primera infancia, y la familia -como principal escenario social- que nuestros niños aprendan a disfrutar del silencio, del juego sin reglas previas, de la felicidad de ver las nubes cambiar de forma, de inventar personajes, de construir castillos, aviones y mundos posibles desde su imaginación.
El juego libre, además de ser un buen plan para la familia, permite reafirmar el vínculo con el bebé, comunicarse con él por medio de su propio lenguaje para reconocer sus gustos e intereses. Es, sin duda, el ingrediente para iniciar al bebé en la vida social y cultural, para despertar en él la empatía. Por medio del juego podemos explorar texturas, olores, sabores que le permitirán tener un desarrollo sano y feliz.